Educación: sin adjetivos ni intereses

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Horacio Erik Avilés Martínez*

Lograr un buen desempeño en la gestión pública implica poseer competencias disciplinares en el área donde se desempeñe un servidor público, tener conocimiento del marco normativo que rige su accionar, así como ser experto en políticas públicas y tener esa capacidad de conducir los destinos de la institución de tal forma que sus actuaciones incidan mucho más allá de su periodo gubernamental, modificando el destino de las próximas generaciones a favor de su desarrollo integral y vivencia de derechos.

Por ello, en política importan tanto los objetivos y los actos de planeación para el desarrollo. Son las declaraciones más fiables con que cuenta la ciudadanía para conocer los alcances de una administración pública y poder tener información suficiente para tomar decisiones de inversión y de vida.  Muchas veces, las declaraciones formales respecto a estrategias, líneas de acción y medidas de política pública suelen estar salpicadas de adjetivos, que suelen esconder o desvirtuar los verdaderos objetivos, que no siempre están alineados con el bienestar ni el progreso de la población.

Dado que, los grupos que se adueñan de la agenda pública, de procesos y administraciones enteras muchas veces persiguen fines no muy revelables públicamente por sectarios, corruptos o electorales, resulta preciso maquillar la realidad, esconder a los verdaderos operadores y los compromisos adquiridos.

Una de las maneras más sencillas de encontrar piezas mal acomodadas en el tablero del desarrollo integral es detectando la perversión -de per verso, es decir, cuando se dice una palabra por otra, vaciándole de significado – realizada con la finalidad de generar confusión, de impulsar sofismas que extravían la razón. Es importante distinguir las causas de los efectos, las variables independientes de las dependientes, porque el orden de los factores sí que puede alterar los resultados a obtenerse. Como ejemplos de perversidades en la premeditada confusión de causas con efectos están los hechos de pagar antes de recibir un servicio o una obra pública, presumir la visita de un benefactor cuando en realidad es un vendedor y lo que busca es cerrar un negocio, entre muchos otros casos.

La educación es una finalidad en sí misma, subordinarla para alcanzar metas, eslóganes o agendas particularísimas es una acción muy delicada porque puede conllevar justamente perversidad. Como sociedad debemos evitar equivocarnos: primero hay que hacer funcionar el motor de movilidad social que es la educación y después recoger sus frutos. Una gran guía para tales efectos es consagrar primeramente la gran cantidad de garantías que tenemos los seres humanos para el libre desarrollo de nuestra personalidad, mediante la vivencia plena de las cuales puede haber ausencia de violencia y de delincuencia en una sociedad determinada.

El enfoque entonces debe ser de permitir el empoderamiento, el desarrollo de nuestras capacidades para poder tener una vida plena, en la cual podamos luchar por hacer realidad nuestros sueños y aspiraciones legítimas, siendo las únicas diferencias en ese tránsito vital la disciplina, el trabajo, el talento y la virtud; estos atributos son desarrollables cursando trayectorias en el sistema educativo, el cual debe ser capaz de potenciar a los seres humanos.

Contar con un sistema educativo efectivo, humano y garantista, con justicia pronta y expedita, estado de derecho, democracia, ausencia de violencia, transparencia, rendición de cuentas, gobernanza y desarrollo integral nos permitirán sentir tranquilidad y quizás, hasta paz. Pero no funciona al revés. Construyamos los primeros, sin confundir las causas con los efectos. Una paz sin todos los prerrequisitos mencionados es silencio, es dictadura, es resignación, es alienación, es sumisión, es simulación.  En cambio, con libertad, dignidad, inclusión, igualdad y justicia florecen las mejores cualidades humanas.

Esperemos que en nuestro sistema educativo se resuelva este dilema y se fijen los objetivos correspondientes a su naturaleza, ya que sus obligaciones están sumamente claras en el marco jurídico respectivo. Ante un cúmulo de paradigmas, enfoques, valores, prioridades y, sobre todo intereses, pedir un sistema educativo educador deja de ser redundante. Justamente es lo que necesitamos. Educación, como tal, sin adjetivos, intereses sectarios ni finalidades soterradas que continúen intercambiando los efectos por las causas para beneficios particulares. Nuestras generaciones jóvenes merecen un Michoacán educador.

Sus comentarios son bienvenidos en eaviles@mexicanosprimero.org y en Twitter en @Erik_Aviles

*Doctor en ciencias en desarrollo regional y Director General de Mexicanos Primero Capítulo Michoacán, A.C.