Arturo Hernández Gutiérrez
Toda narrativa política es perecedera, aunque esté anclada en promesas de justicia y reivindicación de causas legítimas.
A Andrés Manuel López Obrador lo alcanzó su tiempo y, en especial, una ausencia de resultados en dos asignaturas que siguen lastimando a los mexicanos: corrupción e inseguridad.
Todos los días despotrica, agrede, humilla a quien se le ocurre o discrepa de su pensamiento, un pensamiento, por cierto, anclado en ideas del siglo 20 y ante una población cuyo promedio de edad es de poco más de 32 años, menos de la mitad de la que tiene el inquilino de Palacio Nacional.
Para estar a tono con el lenguaje vernáculo del mandatario, Amlo acaba de recibir un zape de uno de los suyos y que toma mayor relieve aplicando ese frase según la cual «para que la cuña apriete, debe ser del mismo palo».
Porfirio Muñoz Ledo lo señala de ser socio, cómplice del crimen organizado.
Inició el crepúsculo de un hombre cuya razón de vida ha sido la política y, todo parece indicar, será accidentado, plagado de golpes y no de aplausos.