Jorge Hidalgo Lugo
La belicosa actitud asumida desde siempre por Andrés Manuel López Obrador en contra de todo aquel que se atreva a disentir de su forma de gobernar, quedó de manifiesto en el evento con que se rindió culto a su personalidad bananera, con dos elementos de sobra injustificables:
La quema de la imagen de cartón que asemejaba ser la ministra Norma Lucía Piña Hernández y el panfleto distribuido por presuntas sectas religiosas, donde se incita a la desaparición de periodistas que se atreven a criticar a su mesías.
Peor aún que a manera de deslinde, el propio dictador en ciernes se atreva a señalar su desacuerdo con la primera de estas acciones -la de los periodistas no le importó mayormente-, bajo la premisa que son “adversarios, no enemigos”, porque dejó así de manifiesto con lujo de claridad que los miembros del Poder Judicial -salvos sus lacayos que también ahí tiene como la plagiaria Yasmín Esquivel-, están en la acera de enfrente y hay que sumarlos a la lista de los reales o imaginarios entes malignos que están en contra de la “transformación” que él dice representar.
López Obrador ha sabido envenenar a los mexicanos y tener bien definidos los bandos, con lo que apuesta a trascender su sexenio con una suerte de Maximato a la Macuspana, apoyado en la desequilibrada fuerza que representa el manejo indiscriminado y por demás arbitrario, de miles de millones de pesos a mal utilizar en el robo de la elección presidencial del año próximo, a costa de lo que sea.
La estrategia política de ensanchar los índices de pobreza y pobreza extrema de la que él mismo hace gala de manera cínica y no menos siniestra, quedó también exhibida con la presión ejercida en la víspera del 18 de marzo, donde los vividores de la nación amagaron con total impunidad retirar los “apoyos de Obrador”.
Amague contra todos aquellos que bimestralmente se reportan en las ventanillas para recibir las limosnas del bienestar con que mantiene activo y sumiso, al redil de ovejas con que plaga mítines y corean, berrean, su nombre, el de su partido y de todos aquellos actores de Morena que se le pegue la gana lucrar con la necesidad y el hambre, con tal de escalar cada vez más y mejores posiciones de poder.
Un simple ejercicio realizado que circula en redes sociales, puede hacer visible que el derroche o dispendio de recursos públicos, que antes fuera objeto de satanización y repruebo desde la acera de enfrente, hoy es hazaña que se presume con cinismo tiránico, porque a falta de opositores, debe ser la sociedad civil la que rechace que se hayan destinado más de mil millones de pesos, para plagar de acarreados el zócalo y venerar la marchita personalidad bananera de alguien que vive convencido de ser ejemplo vivo de la perfección humana, con destellos de santificación.
Esta vez, si nos atenemos a la numerología vertida para reunir a más de medio millón de acarreados que presumieron advenedizos y oportunistas vocingleros, en esta oda a la deformada personalidad bananera, el cálculo conservador de autobuses provenientes de todas partes del país, en especial de entidades donde Morena mantiene sojuzgados a sus gobernados, fue de al menos 30 mil.
El costo de 25 mil pesos por cada autobús, promedio entre los que arribaron de destinos apartados al norte y sur del país, con los cercanos del centro y litorales, arroja la nada despreciable suma de 750 millones de pesos. Costo parejo para el que haya salido de Tijuana como de Campeche, para no regatear con los de Tlaxcala, Michoacán o Zacatecas.
En cada autobús caben 50 pasajeros, a quienes se les ayudó con la torta y el “Frutsi” bebida de moda morenista, a un costo generosos de 50 pesos por kit, arrojan otros 75 millones de pesos, sin doble ración, así haya llegado de Mexicali o San Blas.
La entrega de 300 pesos por “apoyo” que se repartieron en promedio -en la Ciudad de México fue de 200 pesos por la cercanía de las delegaciones con el centro de reunión, no así los 500 a los obradoristas llegados de más lejos- deja un total de 10 millones de pesos que deben sumarse por igual.
Todo ello sin descontar los utilitarios que se repartieron de manera generosa como banderines, muñecos, playeras, gorras, matracas, globos, cornetines de plástico y otros, dejan ver que los más de mil millones de pesos que se gastaron en este culto a la personalidad bananera, no se justifican.
Sobre todo cuando existen cientos de enfermos con males crónico degenerativos que se mueren en los hospitales públicos de todo el país, en espera del medicamento que se escamotea en las farmacias de clínicas y nosocomios, por no existir en el “stock” dado el alto costo que tienen en el mercado farmacéutico. Así mientras llegamos a ser como Dinamarca, según otra de las falacias surgidas de la enfermiza mente del autócrata.
Más de mil millones de pesos en un evento sufragado con los impuestos pagados por una población cautiva, cada vez más distante de las políticas sociales y populistas de alguien que venera la pobreza franciscana, pero goza de las delicias de una vida propia de un jeque petrolero o un monarca como Luis XIV, el Rey Sol.
Y es aquí, precisamente, donde está el punto de partida de un opresor que busca trascender la historia y subyugar a toda una nación, no por el auto convencimiento de haber logrado transformación alguna, mucho menos sembrar los cimientos de una nación que competirá en el concierto internacional en cualquier ámbito de desarrollo económico, seguridad o salud, por citar sólo tres de los patéticos renglones donde el fracaso es manifiesto e inocultable.
No. La real intención del obradorismo decadente y autócrata se centra en el miedo, la zozobra, por tener claro lo que vendría de llegar un gobierno distinto al de su “corcholata” a designar.
Porque entonces no habría élite castrense ni narco aliados que impidieran se revisaran las cuentas y quedaran al descubierto los latrocinios cometidos como el de Segalmex, donde un puñado de chivos expiatorios serán sacrificados para salvar a Ignacio Ovalle, otro de sus protegidos.
Igual que antes sucedió con Manuel Bartlett, Delfina Gómez, Alfonso Durazo, Gabriel García, Mario Delgado, Ana Gabriela Guevara y por supuesto, toda su parentela por demás voraz y depredadora, beneficiarios inescrupulosos del poder omnímodo que ha detentado hasta ahora, quien paga lo que sea y de quien sean por ser aplaudido en la plaza mayor de este país.
Mientras se sacude la modorra en que vive sumergida la oposición, si es que algo queda de ella en este escenario catastrófico y de franco atropello a las libertades por el dueño de Morena y sus lacayos, lo que queda es esperar que no prosperen los anunciados ataques a figuras como Norma Lucía Piña Hernández, con la aclaración de que es “adversario no enemigo” que ya hizo el falso redentor.
Y que tampoco linchen a periodistas como lo invocaron esas sectas religiosas que se dicen venerar a un dios, pero claman por la sangre de los periodistas “que se venden por unas monedas de plata como en el tiempo de Judas, tiempo del apocalipsis, tiempo para los malos, y serán desaparecidos», como se lee en el panfleto generosamente distribuido entre los acarreados al evento del culto a la personalidad bananera.
Vale…