Martín Garatuza
Es bien sabido que todo ser humano tiene muletillas al hablar, esta práctica es muy normal hasta que te topas con alguien que cuatro de cada diez palabras que dice son la misma muletilla… malísimo, ¿no creen?
En el virreinato de Valladolid, es imperante que quien dirige la seguridad tenga claridad de pensamiento, palabra y acción. Su ilustrísima, el Inquisidor Alejandro, al parecer, carece de esas cualidades, indispensables en todo hidalgo que tiene la encomienda de imponer orden en un territorio, por lo que las acciones de seguridad que lleva a cabo están siendo tan limitadas como su precario vocabulario, prevaleciendo la falta de sentido común y las rabietas descontroladas, actitud típica de un adolescente inmaduro que no ve cumplidos sus caprichos. Valga pues, un mozo imberbe y fastidiante.
Día con día, la otrora y señorial Valladolid dejó de brillar, contrario a los deseos de su Excelencia, el Virrey Poncho “el Sabio”. Pareciera que el Inquisidor está empeñado en disfrazar sus falaces resultados de “buenísimos”, basados únicamente en evidencias ególatras y cifras alegres que distorsionan la realidad cotidiana y que confunden la opinión pública, resaltando únicamente los afanes protagónicos de este vesánico personaje.
La llamada “Caja de Cristal”, (que no es más que una garrafa sucia) es el instrumento utilizado como pregón del “trabajo realizado”, está empañada y no precisamente de aire caliente o de suciedad. Está empañada con la sangre derramada por esas muertes ocurridas de manera diaria, por los asaltos, por las omisiones en las acciones que impiden ver la realidad que contrasta con la presunción exaltada por Su Ilustrísima constantemente.
Sí, este fúnebre funcionario del Virreinato miente con la boca suelta, mientras que, en los diferentes barrios de esta ciudad, suceden cosas no muy agradables. Vaya, Inquisidor, nunca esperamos nada de usted y aun así logra decepcionarnos.
“El Mando soy yo”, exclamó al más puro estilo de Luis XIV, – por cierto muy mala imitación-, el Inquisidor lo ha dejado claro al cuerpo de Serenos, quienes han tenido que bajar la cabeza, temerosos de las represalias que pueda tener el contradecir las ridículas, testarudas, inoperantes pero forzosas órdenes de su eminencia. Mientras tanto, quien paga las consecuencias de estas decisiones son los pobladores de éste territorio, que sólo han sido capaces de atestiguar como son multados y detenidos en la vía pública por el simple hecho de parecer Peregrinos de Santiago o Leprosos de San Lázaro, aludiendo que, por sus ropas humildes, parecen salteadores de caminos. Sí como leen, ya te detienen en las calles de Valladolid por no usar ropas finas.
Ah, pero el Inquisidor no se ensucia las manos, quien ejecuta sus ordenanzas y desvaríos es nada más y nada menos que su Alguacilillo menor, su favorito, Pablito “el hermoso”, y es asistido en sus caprichos personales por su camarlengo Roy “el aristogato”, además de una mesnada de Serenos convertidos en guardianes personales de su ilustrísima autoridad, contradiciendo los postulados de utilizar a los serenos para la vigilancia territorial del virreinato y no para uso exclusivo como servidumbre.
Por otro lado, hay un camarín de consejeros, aletargados y buenos para nada, que no se atreven a alzar la voz, calladitos por conveniencia y que se han conformado con estar en un rincón, sin opinar, sin disentir y si bajo la sombra del Inquisidor, donde ya nada más les falta decir que todo es “buenísimo”.
En fin, para concluir esta crónica, hablemos de esos grabados que han aparecido en algunos confines del territorio, en las diligencias, los carruajes, portones y las tiendas de raya, que hacen referencia a que los altos mandos del cuerpo de Serenos están de nuestro lado, cuando la realidad dicta que están más preocupados por cumplir los desórdenes del Inquisidor a como dé lugar, así tengan que acusar, humillar y vejar con falsedades a los habitantes del Virreinato.
“Estamos de tu lado”… pues no lo parece.