Es bien sabido por los Serenos que, el Inquisidor Alejandro, gusta de pasar todo el día encerrado en las cuatro paredes de cantera de sus aposentos no oficiales. Pues bien, parece que el encierro lo ha trastornado un poquito más de lo que ya estaba y es que ni al mismísimo Torquemada se le hubieran ocurrido semejantes barbaridades. Por una parte, como si fuera castigo del Santo Oficio, dispuso que los Serenos que circulan en velocípedos lo hagan durante dieciocho horas continuas, implorando al final de su jornada que San Pedro les abra las puertas del cielo. Además, tiene a otros tantos Serenos sin pastura para sus mulitas y así de famélicas no pueden hacer sus respectivos rondines y vigilar la ciudad. Pareciera que el Inquisidor le tiene un odio muy grande al cuerpo de Serenos de la señorial Valladolid, porque ha hecho todo lo posible por denigrar su labor y reducirlos a simples recaudadores de las arcas reales.
Por otra parte, dentro de ese mar de locuras tuvo la “brillante” idea de usar unos pájaros mecánicos (costosísimos, por cierto, y comprados a sabrá qué mercader) para vigilar la ciudad virreinal desde las alturas. ¿Acaso esos pajarracos sobrevolarán las zonas más desprotegidas de la urbe? ¿O sólo servirán para capturar bellos atardeceres desde las acogedoras lomas vallisoletanas? Y algo muy importante, para manipular el vuelo de dichas aves, ¿tendrá serenos calificados o seguirá el Alguacilillo Menor haciéndola de “mil usos”?
¿En serio creen que es viable este tipo de vigilancia? La ciudad no se limita nada más a la zona céntrica y a las propiedades de los más ricos de la ciudad, como lo ha demostrado su “estrategia”. No cabe duda que su Ilustrísima, el Inquisidor Alejandro, piensa que la ciudad es igual de pequeña que su criterio.
En fin, pasando a otros menesteres, la inesperada visita de su excelencia, el Virrey Poncho “el Sabio”, al Reino de Castilla, para acrecentar los tesoros de las arcas reales e invitar a los peninsulares a viajar e invertir sus dineros en Valladolid, ha recibido tanto loas como vituperios. Lo cierto es que, en esa semana de asueto institucional que se tomó el Virrey, nos dejó en las infames manos neronianas del Inquisidor, sufriendo los vallisoletanos las consecuencias de su tiranía, arbitrariedad y desinterés por la ciudad, la cual ardió en las llamas de la inseguridad. Mientras tanto, los salteadores hicieron fiesta y prevalecieron los asesinatos, robos y secuestros.
Algunos juglares de la ciudad, cansados de escuchar las quejas de los habitantes de Valladolid, han decidido proclamar de manera abierta el descontento de éstos, de frente a Su Eminencia, exponiéndole de manera frontal sus inconsistencias, al privilegiar un “plan” para reordenar y prohibir que los ciudadanos estacionen sus carruajes en la zona centro, por encima de la tan anhelada seguridad que prometió el Virrey. Esta situación ha demostrado que el Inquisidor no está preparado para recibir críticas y sí, en cambio, se esmera en imponer su criterio (pequeñito, por cierto) a punta de golpes al bolsillo de los ya menguados ciudadanos de Valladolid.
El Virrey, a sabiendas de las locuras de su Inquisidor, ¿seguirá dejándolo hacer su voluntad? Esto sólo lo veremos con el paso del tiempo, porque ya ni a comprar víveres podemos ir seguros.
¿Que cómo sabemos tanto? Nos lo contó un pajarito, y no fue el halcón ni el cóndor… lo delató el perico.