Carlos Manzo y su “estatequieto” al periodismo incómodo: un burdo manotazo desde el poder

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En un desplante más que confirma su desprecio por la crítica y su necesidad de control, el alcalde de Uruapan, Carlos Alberto Manzo Rodríguez, aprovechó su conferencia nocturna —esa tragicomedia llamada La Nochecita del Sombrero— para anunciar el nombramiento de Carlos Bravo Mondragón, director de una revista de sociales y espectáculos, como nuevo integrante de la Dirección de Información Social y Comunicación Digital del Ayuntamiento.

El mensaje fue claro: “quien no aplaude, no cobra”.

Este movimiento, más que un nombramiento, es una provocación. O peor: un castigo.

Un “estatequieto” directo al gremio periodístico que evidenció su inconformidad al prácticamente boicotear el acto conmemorativo del Día Mundial de la Libertad de Prensa el pasado 3 de mayo.

La ausencia masiva de medios no fue casualidad, sino una postura. Una que molestó profundamente al alcalde, quien respondió como lo hace el poder autoritario: cerrando filas, premiando la sumisión y castigando la crítica. El remate fue grotesco. Durante la conferencia, mientras algunos periodistas intentaban expresar su inconformidad, Manzo los interrumpió con un seco y autoritario: “ya vamos a cambiar de tema”, dejando claro que la pluralidad, el disenso y la libertad de expresión no tienen cabida en su administración.

En su lógica, el periodismo se dobla o se desaparece. Se calla… o se purga.

Este nuevo nombramiento no es más que una burla institucionalizada al oficio periodístico. ¿Qué sigue? ¿Un influencer en Seguridad Pública? ¿Un organizador de bodas en Protección Civil? Porque para Carlos Manzo, el gobierno es un espectáculo y quien se atreva a señalarlo, será desplazado por quien le haga eco.

El alcalde no gobierna, impone. No escucha, sentencia. No construye democracia, la dinamita. Lo sucedido es otro capítulo más de su conflicto abierto con los medios de comunicación que no se le arrodillan. Y si alguien lo duda, ahí está su lema implícito: quien paga, manda y quien no obedece, se va.

En Uruapan, el sombrero pesa más que la libertad. ¿Hasta cuándo?