Desde la Fe: La escucha desaparecida

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Un niño o un adolescente portando un arma nos debe de indignar.

Un grupo de criminales golpeando con tablas a transportistas nos debe de indignar.

Una persona muerta a causa de la violencia en el país nos debe de indignar.

El hallazgo de una fosa común, en el lugar o la región que sea, nos debe de indignar.

La desaparición forzada de una sola persona nos debe de indignar.

Observar a miles de madres, padres, hermanos, hermanas, abuelas, abuelos, buscando a sus familiares secuestrados por la delincuencia nos debe de indignar.

Tantas veces las víctimas de la delincuencia nos han gritado “queremos justicia”, que los hemos dejado de escuchar.

Tantas veces hemos conocido la noticia de alguien cercano que murió a manos del crimen, que hemos dejado de ser sensibles.

Hemos escuchado de un muerto aquí y allá, los dos de Cerocahui, 72 en San Fernando, 43 en Ayotzinapa, 29 en Culiacán, y un gran número de desaparecidos en México.

No son nuestras cifras. Son las que se han reportado tantas veces que escucharlas se vuelve cotidiano. Tantas veces nos hemos indignado a causa de la violencia que dejamos de indignarnos. En medio de este ruido ensordecedor de cifras, dolor y hechos violentos, dejamos de escuchar a quienes sufren.

Nuestra escucha ha desaparecido y tenemos que recuperarla.

La escucha en primer lugar hacia las víctimas de la violencia, la escucha hacia los familiares de las víctimas, la escucha hacia todos los que pueden aportar alguna contribución que lleve a erradicar este mal que nos está arrebatando parte de nuestra humanidad.

La escucha a nuestro propio corazón para examinar qué estamos haciendo en nuestro pequeño, mediano o gran campo de acción. Sin politizar, sin polarizar, sin meter más ruido a algo que de por sí ya es escandaloso.

Las madres buscadoras convertidas ya en familias buscadoras nos han enseñado cómo los valores familiares sí dan resultados, cómo el amor, la fuerza y la valentía son capaces de sostenerlos incluso en los momentos más difíciles, cómo el dolor es más soportable si se acompaña en familia, en hermandad con otros que te dicen “aquí estoy para ti, pues no solo busco a mi desaparecido, buscamos al de todos”.

Porque, aunque no lo queramos ver así, la realidad es que cada uno de sus desaparecidos son nuestros desaparecidos.

Hacemos un llamado también, por lo tanto, a seguir el ejemplo de estas madres buscadoras, de estas familias buscadoras, y hacer nuestros los valores que a ellos los han hecho fuertes, valores que Cristo nos enseñó.

Es justo la ausencia de esos valores familiares que dejamos de promover, la razón por la que se rompió nuestro tejido social. Las familias buscadoras nos dejan claro que las familias son la esperanza del mundo, aún en medio del dolor y la adversidad.