Isidro Galicia/Politics
Morelia, Mich. 31 de Enero 2024. En la narrativa y la retórica presidencial, se pretende minimizar y hasta esconder el gran riesgo que representan los grupos crimínales en la elección presidencial del 2024, para los candidatos, para el proceso electoral y el resultado mismo.
Su poder, influencia y dominio sobre territorios prácticamente abandonados o huérfanos de autoridad y de seguridad, serán los espacios idóneos para incidir en candidatos, votaciones y en el propio proceso electoral federal.
López Obrador sembró la duda y la sospecha durante su sexenio. Las acusaciones que pesan en el presidente de su alianza fáctica con los crimínales, es un hecho fortalecido por el caótico escenario de incertidumbre y de inseguridad que amenaza cotidianamente a la población en México.
Quizá, para los escépticos sería un exceso presumir una actitud colaborativa y permisiva de López Obrador para con los criminales, sin embargo, en los hechos la abdicación presidencial para instrumentar medidas más agresivas en términos institucionales y legales, se abre un territorio fecundo de especulaciones y presunciones.
Lo cierto, es que con López Obrador se degradó y profundizó la crisis de inseguridad, se acentuó el dominio de los grupos fácticos en regiones y en los estados del país y se fortalecieron sus capacidades delictivas así como de violencia.
Para nada seria extraño, que ante la eventual incidencia criminal en el resultado de la elección presidencial del 2024, el gobierno y las instituciones electorales opten por reponer el proceso. En el caos y para generar la incertidumbre, López Obrador es un alquimista, eventualidad que llegaría como anillo al dedo.