El volado de las jaletinas: Jueces por dedazo, votación por simulación

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Marco Aguilar

Desde mi infancia hasta los años que pasé en el Colegio de San Nicolás, en mi ciudad natal, Morelia, escuché muchas veces hablar de un hombre que vendía jaletinas (gelatinas) por los rumbos de San Agustín. Llevaba su pequeña vitrina colgada del brazo, ofreciendo con humildad su trabajo. Los estudiantes del Colegio solían retarlo con una frase que parecía inocente:

—¡Va un volado! Si gano, no te pago; si ganas, te la pago.

Y él, confiado, aceptaba. Pero un día, con la amarga lucidez que da la experiencia, comprendió que aquel juego estaba diseñado para que él nunca ganara. No importaba cuántas veces jugara: el resultado era siempre el mismo. Era un truco disfrazado de apuesta.

Así, con esa historia en mente, pensé en lo que ocurrió ayer, durante las llamadas “elecciones” para cargos del Poder Judicial. Participó apenas el 10% del padrón —si acaso. Pero como nuestras leyes no contemplan la nulidad por abstención, aunque sólo hubiera votado una persona, el resultado sería igualmente válido. Y así, se legitimó una decisión que ya estaba tomada de antemano.

Eso es lo que hace más perverso el juego: su legalidad vacía.

Si organizas una comida para diez personas y sólo llega una, ¿celebras el banquete? ¿Presumes el éxito?

Pues hay quienes sí lo hacen. Y sin pudor alguno. Hablan de un “triunfo” porque obtuvieron lo que querían: colocar a sus propios jueces, sus propios ministros, sus fieles incondicionales en la estructura que debía impartir justicia. Lo demás fue trámite. La jornada de ayer no fue una elección: fue una escenografía. Un permiso disfrazado de democracia.

Como el hombre de las jaletinas, muchos ciudadanos acudieron creyendo que jugaban un volado. Pero el sistema ya había escogido cara y cruz. La moneda ya estaba cargada. Y nosotros, como él, solo caímos en cuenta cuando ya era demasiado tarde.

“¿Va un volado? Si gano, no te pago. Si ganas… tampoco.

Así fueron las elecciones judiciales.”

Posdata:

La comida a la que no fuimos… la pagamos todos.