Andrea Serna
Hoy más que nunca, México necesita un compromiso ético con la transformación que está viviendo. La Cuarta Transformación (4T) no es una simple moda política, no es un fenómeno pasajero, es un proceso profundo que pone al pueblo y sus derechos en el centro de la agenda política del país. Es una revolución pacífica que, lejos de ser una utopía, está siendo concretada con hechos y con un fuerte respaldo popular. Pero este camino no está exento de retos, ni de peligros internos. Es momento de recordar que el Movimiento de Regeneración Nacional (Morena) no nació para ser una maquinaria electoral más, sino para ser el instrumento que propicie el despertar de las conciencias y la construcción de una nueva nación.
Este movimiento, que antes de ser partido fue un grito de lucha, un llamado a la justicia, una construcción colectiva del pueblo que anhelaba la dignidad que le fue arrebatada por el neoliberalismo y la corrupción, sigue siendo un faro de esperanza. Morena no es una moda; es la consecuencia de años de resistencias y de movimientos sociales que exigían un cambio profundo en la estructura política y social de México. Desde que, junto a miles de mexicanos, recorrí el país en aquellos primeros días de Morena, mi convicción sigue siendo la misma: apoyar a las causas justas del pueblo, estar al lado de quienes siempre han sido olvidados. Y aunque me mantengo al margen de las asambleas, sé que mi lealtad con este movimiento ha sido, y seguirá siendo, guiada por el amor al pueblo, el compromiso con la transformación y la responsabilidad política de construir desde la base.
El llamado a la ética interna que la presidenta Claudia Sheinbaum hizo a través de una carta durante la VI Sesión Ordinaria del Consejo Nacional de Morena no solo fue un recordatorio, sino una exhortación urgente a retomar los principios fundacionales de nuestro partido-movimiento. Ayer, como hoy, debemos reafirmar los valores que nos dieron vida: no mentir, no robar, no traicionar. Estos no son solo lemas vacíos, son compromisos que deben regir nuestra acción política día tras día, en cada decisión que tomamos, en cada paso que damos. El llamado de Sheinbaum fue claro: la autocomplacencia no tiene cabida en un movimiento que nació de las luchas sociales más duras y que hoy lleva en sus hombros la esperanza de millones de mexicanos y mexicanas.
En sus lineamientos éticos políticos, la presidenta subrayó lo que nunca debemos olvidar. La unidad debe prevalecer sobre los intereses personales y el sectarismo, que solo fragmentan y debilitan el movimiento. La lucha por la dignidad y la justicia no puede estar marcada por actitudes frívolas o por la tentación de los privilegios. El pueblo ya no tolera el lujo ni la ostentación de quienes deberían estar más cerca de sus necesidades y sueños. En ese sentido, la austeridad republicana debe ser nuestra bandera y un recordatorio constante de por qué estamos aquí.
Además, la lucha contra la corrupción, la colusión con la delincuencia y la traición a los principios democráticos debe ser un compromiso inquebrantable. La ética interna que Claudia Sheinbaum propone no es una opción, es una necesidad. Y en este sentido, nuestra fuerza debe radicar en la organización, en la disciplina ideológica, en la claridad del proyecto transformador. La aprobación del Plan C y la reforma al Poder Judicial son pasos imprescindibles para consolidar la revolución democrática que el país requiere.
Estamos frente a una oportunidad histórica: consolidar la 4T como un modelo de justicia social, de igualdad y de reconocimiento de los derechos humanos. Sin embargo, esto no será posible sin una militancia activa, crítica y ética, que no caiga en el conformismo ni en el pragmatismo vacío. Debemos ser conscientes de que nuestra lucha, como la de otros pueblos en el mundo, no ha hecho más que comenzar. No basta con un solo mandato, con un solo gobierno; la verdadera transformación exige nuestra participación constante, nuestra entrega sincera, y un compromiso eterno con los ideales de justicia, igualdad y dignidad.
La transformación de México solo será posible si, como militantes, comprendemos que el poder no se trata de obtener privilegios, sino de poner al pueblo en el centro. No se trata de hacer de la política un instrumento para el enriquecimiento personal, sino de un proceso colectivo que busque el bienestar común. La ética, la humildad y la solidaridad deben ser el eje de nuestra acción política. Porque cuando los principios se abandonan, se pierde la razón de ser del movimiento.
Es fundamental que no olvidemos que nuestra lucha está orientada a construir una nación libre, soberana, y sin las cadenas del neoliberalismo y la corrupción que tanto daño hicieron. Recordemos que la 4T es, ante todo, un proyecto de liberación. Es nuestra responsabilidad política y moral defender este proceso, sin caer en los vicios que han llevado a otros partidos a la decadencia.
La historia nos exige actuar con congruencia y con la claridad de que, para cambiar México, debemos ser congruentes con los principios que nos llevaron hasta aquí. No basta con conquistar el poder, debemos transformarlo. Y para ello, necesitamos una militancia crítica, activa y ética, que no ceda ante las presiones ni ante los intereses particulares, sino que mantenga siempre en alto la bandera de la justicia, la democracia y la dignidad del pueblo.
La Cuarta Transformación no es una moda pasajera, es la más grande revolución que México ha vivido en los últimos tiempos, y solo con un compromiso inquebrantable de cada una y unos de nosotros, podremos consolidar el cambio que nuestro país necesita.