Marco Aguilar
«La Plaza Vasco de Quiroga, símbolo vivo de la historia y la identidad de Pátzcuaro, no puede seguir siendo tratada como un bien disponible al capricho político. Este texto es un llamado urgente a repensar su gestión, desde una visión colectiva, profesional y legalmente sustentada».
En muchas ciudades patrimoniales de México se ha vuelto común que las plazas principales —espacios públicos históricos de gran valor colectivo— sean gestionadas de forma arbitraria por las autoridades locales, sin un plan integral ni una normatividad que garantice su cuidado y continuidad.
Pátzcuaro no es la excepción. La Plaza Vasco de Quiroga, corazón simbólico y social de la ciudad, ha sido intervenida una y otra vez según los intereses políticos o económicos de cada administración municipal. Se utiliza como plataforma partidista, escaparate turístico o espacio de eventos desvinculados del tejido comunitario, sin que medien criterios técnicos, participación ciudadana o responsabilidad patrimonial.
Esta práctica revela una inmadurez institucional preocupante, pero sobre todo, una visión patrimonial utilitaria y cortoplacista. En lugar de tratarse como un bien común que merece protección, planificación y usos acordes a su vocación histórica, la plaza se convierte en escenario de rentabilidad simbólica o económica de turno: fiestas sin sentido comunitario, remodelaciones arbitrarias, apropiaciones políticas.
Como bien lo expresó el Dr. Carlos Chanfón Olmos —quien merece ser citado con la honra de su legado—, esta plaza fue espacio público y de intercambio desde época prehispánica. Su valor no reside sólo en su traza virreinal ni en su mobiliario actual, sino en su condición viva, histórica y colectiva. Esa vitalidad, construida por generaciones, no puede entenderse ni gestionarse bajo la lógica de un trienio municipal.
Además, la plaza presenta problemas reales y visibles que sí exigen intervención responsable: el uso indiscriminado de agua para mantener césped que no es sostenible en el contexto de Pátzcuaro, árboles muertos que no han sido reemplazados, luminarias y mobiliario deteriorados, así como condiciones de accesibilidad limitadas. Modificar estos elementos no sólo es posible, sino necesario, siempre que se haga con criterio técnico, sensibilidad social y apego a la normatividad. No es la plaza la que debe permanecer intocable, sino su sentido histórico, comunitario y estratégico.
Conviene recordar, además, que la Plaza Vasco de Quiroga está legalmente protegida. Forma parte del polígono del Centro Histórico de Pátzcuaro, declarado zona de monumentos históricos mediante decreto presidencial publicado en diciembre de 1990, y se rige por la Ley Federal sobre Monumentos y Zonas Arqueológicos, Artísticos e Históricos. Esta normativa, aplicada por el INAH, establece que cualquier intervención en su espacio debe ser evaluada y autorizada por la autoridad competente.
Sin embargo, como muchos de sus elementos —bancas, luminarias, árboles, pisos, fuentes— son más recientes y en muchos casos no están debidamente inventariados ni catalogados, existe una zona gris en la toma de decisiones. Esto permite que, aun bajo el amparo legal, se realicen cambios discrecionales que alteran el carácter del lugar sin una visión de largo plazo ni criterios patrimoniales claros.
La Plaza Vasco de Quiroga no es una extensión del poder municipal ni un botín político. Es un espacio histórico, simbólico y funcional que pertenece al pueblo de Pátzcuaro, y como tal, debe regirse por mecanismos de gestión colectiva, pública y profesional.
Además, este mismo año fue presentado en París el Plan de Manejo incluido en el expediente de candidatura de Pátzcuaro a Patrimonio Mundial ante la UNESCO. Dicho plan —financiado con recursos públicos— contempla lineamientos específicos para la plaza y su entorno inmediato. Sin embargo, permanece reservado e inactivo, y es desconocido por la mayoría de la población.
Este ocultamiento —o, en el mejor de los casos, esta omisión— es inaceptable. ¿Cómo puede aspirarse a una gestión patrimonial seria si los habitantes de Pátzcuaro no conocen los documentos que los representan ante el mundo? ¿Cómo puede hablarse de protección del patrimonio si no hay acceso ni a la información ni a los mecanismos que permitan exigir su cumplimiento?
La instrumentalización del patrimonio y la exclusión ciudadana en las decisiones deben cesar. Urge recuperar el sentido colectivo, identitario y estratégico de la Plaza Vasco de Quiroga. No se trata de petrificarla ni de convertirla en un museo al aire libre, sino de profesionalizar su gestión, actualizar sus usos de manera socialmente consensuada y establecer mecanismos jurídicos que impidan su manipulación arbitraria.
Si aspiramos a que Pátzcuaro sea un verdadero referente de gestión patrimonial, necesitamos instituciones transparentes, documentos accesibles y ciudadanía informada. La Plaza no puede seguir secuestrada por agendas privadas. Es tiempo de devolverla a su vocación común, con reglas claras, visión de futuro y participación social real.