Marco Aguilar
En los discursos oficiales se habla de inclusión, de desarrollo económico y de rescate del patrimonio. Pero en la práctica, esas palabras se vuelven excusas para políticas de exclusión, despojo y desplazamiento social. En Pátzcuaro, Michoacán, el comercio informal —históricamente ligado a la economía local y la sobrevivencia de cientos de familias— está siendo perseguido y erradicado en nombre de un supuesto orden y embellecimiento del Centro Histórico. La contradicción es brutal: lo que realmente se protege es lo que luce “escenográfico” o sirve de fondo para la foto del turista; todo lo demás, lo que huele a pobreza, es tratado como basura urbana.
* Una economía de resistencia… y una expresión cultural viva
El tianguis en la cancha del Santuario, que opera algunos días a la semana por unas cuantas horas, no es sólo una estrategia de sobrevivencia económica: es una tradición viva. Las ventas en la vía pública son parte integral del tejido social de Pátzcuaro. Ahí no sólo se comercia: se convive, se transmite saberes, se mantiene una identidad compartida. Los puestos ambulantes, los pregones, los trueques y hasta los olores de la comida típica son parte del paisaje histórico y cultural del pueblo. El tianguis es una institución popular, anterior incluso a las leyes municipales.
Eliminar estos espacios —sin consulta, sin alternativas reales, sin comprender su valor— es arrancar una parte del alma colectiva del pueblo. Es borrar la cultura que no cabe en un folleto turístico.
* Las formas de exclusión: cuando la ley no aplica para todos
En lugar de construir soluciones con base en el diálogo, el respeto y la legalidad, el gobierno municipal —alineado a las prioridades del gobierno estatal— ha optado por el acoso: no hay notificaciones por escrito, no hay procesos administrativos transparentes, no hay justificación legal. Sólo amenazas, promesas rotas y decisiones tomadas “a las habladas”.
Testimonios de comerciantes lo confirman: “Nos dicen que nos van a reubicar, pero nunca nos dicen dónde ni cuándo. Y si preguntamos, nos dicen que si no nos gusta, que ya ni vengamos”. Otra vendedora relata: “Yo aquí vendo desde hace 20 años. Ahora vienen y me dicen que estorbo. Que afeo la plaza. ¿Y mi vida qué?”
Mientras tanto, a los empresarios se les reciben con alfombra roja. Se les permite instalar estructuras permanentes, privatizar banquetas o vender con publicidad vistosa sin el mismo nivel de fiscalización. La política es selectiva, profundamente desigual.
* ¿Orden o exclusión? ¿Desarrollo o despojo?
El nuevo mercado, concebido más como centro comercial que como espacio comunitario, rompe con la tradición del tianguis popular. No considera horarios, dinámicas ni economías reales de quienes viven del día a día. En lugar de integración, se impone un modelo de contención.
Este modelo fragmenta la cohesión social, reduce la diversidad del paisaje urbano y debilita el sentido de comunidad. La plaza pública deja de ser espacio compartido para convertirse en escenografía vacía, lista para la foto.
* La Constitución y los derechos culturales olvidados
Esta política no sólo es injusta: es inconstitucional. El artículo 1º de la Constitución mexicana establece que “todas las autoridades tienen la obligación de promover, respetar, proteger y garantizar los derechos humanos”, bajo principios como la progresividad y la no discriminación.
A través de este desalojo sin legalidad ni alternativas, se violan derechos fundamentales como:
• El derecho al trabajo (art. 123);
• El derecho a la cultura y a la identidad comunitaria (art. 4º y Ley General de Cultura y Derechos Culturales);
• El derecho a participar en la vida cultural (Pacto Internacional de Derechos Económicos, Sociales y Culturales, art. 15);
• El derecho a la ciudad y al espacio público, cada vez más reconocido en el derecho internacional.
El Comité DESC de la ONU ha reiterado que los Estados deben proteger las formas de vida cultural y económica que permiten la sobrevivencia digna, en especial cuando provienen de sectores históricamente marginados.
* Pátzcuaro no es San Miguel de Allende (ni debe serlo)
La Secretaría de Turismo del Estado parece tener una aspiración clara: convertir a Pátzcuaro en una réplica de San Miguel de Allende. Pero esa visión niega la riqueza de lo que Pátzcuaro ya es. Cada pueblo tiene su historia, su alma y su forma de vivir lo común. Aquí no se trata de copiar modelos, sino de proteger el propio.
El patrimonio no es sólo piedra ni fachada: es vida compartida. Y un patrimonio sin pueblo, sin comercio popular, sin cultura viva, es sólo cartón pintado.
* Por un desarrollo realmente inclusivo
Las políticas públicas deben nacer desde el respeto a quienes hacen posible la vida cotidiana de los pueblos. Es posible imaginar un modelo de desarrollo que integre a los vendedores informales, que los respete como actores económicos y culturales. Algunas propuestas concretas podrían ser:
• Mesas de trabajo vinculantes para diseñar políticas conjuntas;
• Espacios de venta regulados y abiertos, no encerrados ni marginales;
• Acceso a seguridad social y apoyos formales para comerciantes populares;
• Reconocimiento del comercio tradicional como parte del patrimonio cultural inmaterial local.
Ojalá la UNESCO vea con claridad esta contradicción: se quiere proteger el patrimonio mientras se expulsa a quienes lo encarnan. Que quede constancia de cómo, en nombre del turismo y del desarrollo, se está despojando a Pátzcuaro de su identidad. Y que si no se otorga reconocimiento alguno, se sepa por qué: porque no puede haber patrimonio sin justicia.