Salvador Hurtado
Existe una idea errónea de la burocracia que cree ser mantenida por el gobierno, mostrando una exagerada ignorancia o fingen demencia sobre el origen de sus honorarios, pues creen que su patrón es el gobierno y les paga, no es así, solo es su jefe, el patrón de toda la burocracia incluyendo a los que nos rigen desde el presidente de la república, el que trae la etiqueta de gobernador, secretarios, jefes de área y de ahí para abajo: Es la clase trabajadora común, quien les paga a través de sus impuestos y que se pasa la vida con el Jesús en la boca por pagar en no pocas ocasiones injustas tributaciones, algunas inventadas y avaladas por los dizque representantes populares, como lo fue el asunto del remplacamiento de inicio del sexenio negociado entre diputados-gobierno, en los corredores del congreso se comentó que eso no fue de a gratis, además de que es un trámite para la gente de los más caros del país.
Cada período se amplía en Michoacán y en el resto del país, la brecha entre los burócratas y el resto de personas. Laborar en el sector público, es una aspiración para la mayoría por las privilegiadas condiciones laborales que se obtienen, sobre todo para los sindicalizados, que se creen muy superiores a lo prometido en la porción laboral común, sin embargo, la actitud prepotente y arbitraria de casi todos quienes atienden al público, los hace odiosos e indeseables y eso ocurre en la mayoría de las dependencias y centros de salud llámese IMSS, ISSSTE o cualquier otro que están obligados a dar atención a la gente. Solo cuando llega el director , secretario, jefe de área, o cualquiera de los amigos de estos, es cuando se les enchina el cutis y fingen sonreír como bobos.
La élite burocrática del actual sistema, habla de “su gente” como si se tratara de su propiedad. Y en efecto, para llegar a ocupar un puesto público la vía más corta es “pertenecer” a un equipo u obtener la recomendación de alguien importante para los dirigentes del que fue adversario, ahora con todo el poder he inclusive no les importa el que hayan pertenecido a otros institutos que los enriqueció y encumbro. Ahora los muy cínicos, se suman a sus iguales dizque paladines de la democracia y protección a los más pobres. La realidad es que el sistema burocrático, aún no ha logrado liberarse del efecto “Botín” para designar los puestos públicos, ni cuenta con mandatos claros para las oficinas públicas.
Si a todo lo anterior agregamos la ausencia de evaluaciones transparentes y objetivas sobre el cumplimiento del encargo, que protegerían a los funcionarios públicos medios de la discrecionalidad política, encontraremos que la única opción de supervivencia laboral que tienen es buscar la simpatía de los jefes, y tratar de conservarla a como dé lugar. Y si, en mala hora, estos jefes se corrompen y abusan de su posición, la común reacción de los subordinados es guardar silencio, darse por no enterados, so riesgo de perder su empleo y enfrentar a todo lo que da, la hostilidad de la política.
A lo largo del tiempo, se han conocido a muchos funcionarios públicos probos; hombres y mujeres que han dedicado su vida al servicio público, sin cometer ningún abuso y con el único afán de cumplir con la tarea asignada de la mejor forma posible. Ellos y ellas también se duelen de la corrupción que no solo entorpece sus tareas, sino que daña su imagen y, con frecuencia, su autoestima y sus vidas personales. Pero carecen del poder suficiente para corregir las deficiencias que lastiman a las instituciones donde sirven y es que los mismos funcionarios y amigos por compromisos políticos de los cabecillas, sin hacer mucho pudren al sistema.
Nuestro estado, tiene un morrocotudo capital humano entre los buenos funcionarios públicos, pero vive neutralizado —igual que tantas otras virtudes hundidas del país— por la corrupción rampante y la falta de decencia para hacerle frente. Para esos pocos buenos funcionarios, el combate a la corrupción equivaldría a un acto de liberación humana, de recuperación de la autoestima, y de oxigenación del desprestigiado sector público de la entidad. Pero como está el escenario, es prácticamente imposible.
Cuando los funcionarios públicos cobren conciencia de que lo que perciben proviene del erario público, significara para sus vidas, y para el desempeño de la responsabilidad que les ha sido asignada y serán los principales aliados de la clase trabajadora pues esta los ve con desconfianza, se les considera incapaz. Se les etiqueta de flojos, faltistas, revoltosos, cuando no de inmundos. Sale contagiado de una chamba, a los ojos de un fuerte sector social, donde para el que “no hacen nada de provecho”.
Se les identifica con las caras pavorosas detrás de las ventanillas, majaderas o indiferentes a extremos de no escuchar lo que se les solicita. Mal se las ve quien por voraz ambicioso intenta encontrar otros horizontes, dado que, si el recorte les llega, saldrán al borde de la locura, pues se les agotará su mina de oro y serán delincuentes potenciales y los primeros que deben cuidarse serían los vecinos de los susodichos. ¡Así que cheque que hace el de enfrente o al de al lado!
La imagen que de ellos se tiene es francamente mala. Se les acusa de ineptos, ineficaces, mañosos y hasta de corrompidos cuando se les presenta la ocasión. Una imagen injusta para los cumplidos, porque se debe reconocer que muchos de los funcionarios públicos los menos trabajan de manera honesta y competente, y dedican mucho más de cuarenta horas semanales a sus tareas oficiales.
Los experimentados funcionarios de los tres niveles no son una excepción, son miles de personas que han encontrado en la administración pública una vía de realización profesional y un lugar digno para estar entre las clases medias de nuestro hermoso estado. Representan el mayor capital con el que cuentan los regímenes y son, la mejor garantía del funcionamiento cotidiano de las cosas públicas.
Los malos, flojos pues, aviadores, con cargos sin tener la menor idea de que trata su actividad, los traumados por su origen social, arbitrarios, groseros, altaneros, otros llamados padrotes de la política; son muy elocuentes pues basta con verlos caminar o escucharlos hablar y dando órdenes a lo pendejo a quienes son verdaderamente capaces, para identificarlos.
No obstante, entre ellos y las élites burocráticas de Michoacán, median los mismos abismos que separan a las clases sociales del país aunque digan lo contrario como el inquilino de palacio nacional a las publicaciones. No sólo por las enormes diferencias salariales que los distancian de las altas jerarquías de la burocracia sino porque las prácticas administrativas los someten —salvo muy contadas excepciones— a una suerte de obediencia ciega y muda de la que depende su sobrevivencia laboral. Para la mayoría, ser escuchados por sus jefes constituye un éxito digno de mención y ser reconocidos por sus contribuciones personales a la ordenación, es un logro extraordinario.