Morelia, Michoacán, 12 de abril de 2023.- Estar a la sombra de un árbol, comiendo un sandwich, tomado café y haciendo anotaciones en un cuaderno mientras tomas un descanso, te hace sospechoso a ojos de la Policía de Morelia, así me lo aplicaron la mañana del martes tres elementos de seguridad que me detuvieron, primero en calidad de sospechoso, y después de pasados unos minutos, por tener órdenes de aprehensión en otro estado del país.
Había comenzado la jornada sacado algunos pendientes, redactado un boletín de prensa, compartir gráficas de trabajo con los compañeros y terminar de acordar una entrevista de radio para transmitirse después del mediodía; todo parecía un día rutinario, así que decidí desayunar algo y salí por mi lonche.
Eran alrededor de las 11:30 de la mañana cuando me dirigí al auto que había estacionado en la calle Circuito del Rocío, del fraccionamiento Prados del Campestre, a la vuelta de donde trabajo. Era una mañana nublada, pero bajé las ventanillas porque a pesar de estar en la sombra, sentía un calor que comenzaba a sofocar.
Estaba haciendo algunas anotaciones en mi libreta de un tema que me habían encomendado (de activistas ambientales), no habían pasado más de dos minutos cuando miré pasar una patrulla frente a mí, no le di importancia y seguí en lo mío.
Pero la patrulla municipal, con número económico PM118, se dio la vuelta y se estacionó a un costado de mi vehículo, bajaron tres elementos de seguridad, un varón y dos mujeres; el policía de nombre Luis Enrique H. M., se dirigió a mí y me dijo expresamente: “nos acaban de reportar que eres un sospechoso, qué haces aquí”.
Le expliqué que estaba desayunando y a qué me dedico, que las oficinas donde trabajo estaban a la vuelta y que de manera habitual me estaciono en ese sitio. El policía me pidió que me identificara, le pedí espacio para bajar porque estaba frente a mi puerta y la identificación de mi INE la traía en la parte trasera del carro; cuando se la entregué el oficial se retiró unos metros mientras sus compañeras, Geovanna y Rosa Isela, tomaban fotografías y videos de mi persona y del vehículo.
Al paso de un momento el policía regresó a donde yo estaba y me dijo, “tienes una orden de aprehensión en Baja California y te vamos a detener… le voy a volver a preguntar a mi compañero, por teléfono, para que escuches por qué te detenemos…”, en seguida puso el altavoz y le dijo a su interlocutor que repitiera la información, la respuesta que se escuchó del otro lado de la línea fue “tráetelo al perro, acá le aclaramos todo lo que quiera”.
Le dije que yo nunca he estado en Baja California, que soy periodista y que trabajo para el Gobierno del Estado, pero el policía hizo caso omiso y me dijo que seguramente había alguien que se llamaba igual que yo y compartíamos datos de identidad, pero eso tendría que descartarse en el Unidad de Aprehensiones de la Fiscalía del Estado, a donde me iban a trasladar.
Le insistí que mi lugar de trabajo estaba a unos metros de distancia y sólo salí a tomar café, pero justo en ese momento llegaron dos patrullas más y alrededor de otros ocho elementos de seguridad que me rodearon, mi credencial pasaba de mano en mano de los recién llegados quienes apuraban a sus compañeros para que me detuvieran.
Al verme rodeado de los elementos de seguridad, les dije que estaba en disposición para cooperar, que acudiéramos al área donde ellos decían y que sólo me dejaran comunicarme con alguien para que estuviera al tanto.
El policía de Nombre Luis Enrique me esposó de la mano derecha, me pidió que subiera a la patrulla y el otro grillete lo colocó sobre el respaldo del copiloto, así me condujeron.
Al llegar cerca de las oficinas de la Fiscalía se detuvieron a espaldas del área de barandillas, por mi mente pasaba la idea de si realmente me llevaban a la Fiscalía o al área donde meten a todos los que levantan en la calle y los encierran allí después de haberles dado una respectiva paseada o negociar su libertad, según cuentan las leyendas urbanas.
Una de las policías abrió la puerta donde yo estaba, aparentemente para retirar las esposas con las que iba sujeto al vehículo; yo observaba sin decir nada, pero miré que intentaba meter la llave en otro lugar que no era el cerrojo, era una especie de agujero diminuto donde era imposible que entrara la llave, era un agujero que seguramente se utiliza para aceitar el instrumento o algo similar, pero no dije nada, con aquello de la premisa de que “todo lo que digas podrá usar usado en tu contra”, después de intentar un rato se retiró sin abrir los grilletes.
Luego de un tiempo se acercó el policía de nombre Luis Enrique y dijo: “mi compañera descompuso la llave de las esposas, déjame ver cómo le hacemos para quitártelas”. Me animé a comentarle “¿Porque no pides otra llave a algún otro elemento?, a lo que respondió que no se podía, “estas son únicas”.
El elemento de seguridad se fue a la parte posterior de la patrulla y abrió la cajuela, tal vez buscando alguna herramienta para abrir las esposas; por un largo rato me dejaron allí sentado, fue en ese momento que vino a mi mente el libro de Kafka, El proceso, y pensaba, “así empezó el arresto de Joseph, detenido arbitrariamente en su casa, acusado de un crimen del que tampoco sabe nada, así empieza la pesadilla y se agudiza al enfrentarse a unos jueces que el aparato de la Ley los vuelve omnipotentes, pueden mandar a prisión a cualquier persona por el simple hecho de tener una investidura que les da esa posibilidad; así están actuando estos policías, me detuvieron porque pueden, porque ellos dicen que soy sospechoso.
En este momento me sentía en el umbral de la tragedia, yo mismo he redactado notas de personas que han perdido toda su fortuna demostrando su inocencia, de presidiarios que están encarcelados por años esperando un juicio, o de presos indígenas que no tienen acceso a la justicia sólo por no contar con un intérprete, hasta pensaba en mi última nota que apareció de los detenidos en el michoacanazo, quienes después de un año los dejaron en libertad porque no se les demostró nada y hasta ahora, casi 14 años después, les están diciendo que en realidad el aparato de la justicia se había equivocado con ellos.
Incluso pensaba si esta detención no habría sido orquestada por un alto funcionario que, según me ha mandado decir con algunos conocidos, está pidiendo mi cabeza por hacer notas que critican su desempeño como funcionario público.
Mientras mi mente viajaba enlistando la infinidad de teorías de presos políticos, defensores de derechos humanos y otras víctimas, regresó el policía con unas pinzas mecánicas que extrajo de algún lado, intentó abrir los grilletes a la fuerza mientras decía, “yo creo que te vas a quedar aquí”, haciendo alusión a que no podía abrir los grilletes.
La forma de liberarme fue desprender el respaldo de la cabecera del asiento del copiloto, luego siguió intentado abrir los grilletes con las pinzas. Hizo varios intentos hasta que finalmente logró desprender la mitad de las esposas, regresó de nuevo a la patrulla y dio vuelta para dirigirse al área de detenciones de la Fiscalía, donde me volvieron a tomar los datos generales y comenzaron a llenar un formulario para solicitar información, según escuchaba en las conversaciones, a la Fiscalía de Baja California.
En el transcurso intenté mandar un mensaje desde mi teléfono, pero en seguida el agente Osvaldo E., de la Unidad de Aprehensiones de la Fiscalía, me dijo que no podía comunicarme con nadie: “estás en calidad de detenido”, a lo que entendí que en ese momento mi situación era que estaba privado de cualquier comunicación con el exterior y aun sin ser delincuente, ya merecía un trato similar.
Después de casi una hora de estar “en calidad de detenido”, el agente llamó a los elementos de seguridad municipales y les explicó que la Fiscalía de Baja California descartaba la orden de aprehensión, que allí no tenían nada, pero que le sugirieron que seguramente se trataba de una orden emitida por la Fiscalía General de la República, por lo que tendría que cruzar la información ahora con la FGR.
Así pasó más tiempo, mientras yo pensaba para mis adentros, ahora no sólo estoy en calidad de detenido, estoy sentado en la antesala de una prisión federal, que seguramente se encontrará en otro estado del país. Pero vele el lado bueno, seguramente me están dando el boleto para escribir tantas notas que tengo en el tintero y que no he tenido oportunidad de redactar.
Después de unos minutos esperando si la FGR tenía o no una orden de aprehensión en mi contra, en algún momento Osvaldo E. recibió una llamada a su teléfono particular en el que le explicaron la situación, cuando colgó llamó a los polimunicipales, les explicó que la orden de aprehensión por la que me habían tratado como sospechoso ya se había ejecutado tiempo atrás y les dijo: “les entrego al sospechoso para que ustedes procedan según lo que determinen”.
Al salir de la oficina de aprehensiones, el elemento de la policía de nombre Luis Enrique ahora traía un desarmador en la mano y me dijo, “con este sí podemos abrirlo”, yo sólo extendí el brazo y dejé que hiciera sus maniobras hasta que finalmente desbarató el grillete en mi mano. Me dejaron en libertad sin explicación alguna, el agente sólo me dijo que si me llevaban de regreso en su patrulla al lugar donde me habían detenido, oferta que no pude aceptar por salud mental y preferí regresarme por mis propios medios.
Moraleja. Estar en un área verde de no te hace un delincuente, este tipo de detenciones sólo demuestra incompetencia de la policía a cargo del Comisionado de Seguridad Ciudadana, Alejandro González Cussi, o por el contrario, hace evidente la persecución en contra de los medios de comunicación.