La cultura de la paz empieza por lo que cantamos

Comparte la noticia:

Andrea Serna Hernández

Política michoacana

El arte también educa. La música también forma. Lo que cantamos, bailamos y repetimos dice mucho de lo que somos como sociedad. En Michoacán hemos tomado una decisión valiente: proteger el espacio público de la apología del crimen, enviando propuesta de reforma a nuestro Código Penal para tipificar como delito la exaltación de la violencia en espectáculos masivos.

No es una medida autoritaria, sino una acción profundamente humanista. No se trata de censura, sino de reconocer el impacto social de lo que consumimos. La música que normaliza el crimen, que glorifica al sicariato y celebra la impunidad no puede ser parte de nuestra vida cotidiana como si no tuviera consecuencias. Porque las tiene.

Vivimos en un país donde miles de familias han perdido a sus hijas, a sus hijos, a sus hermanos, a sus padres, a manos del crimen organizado. En ese contexto, convertir a los delincuentes en ídolos y a las armas en símbolo de éxito es una traición a nuestra memoria colectiva. No podemos naturalizar el dolor.

En abril de este año, Michoacán emitió un decreto administrativo que prohíbe la interpretación de canciones que hagan apología del delito en espacios públicos. Lo hicimos porque queremos construir una cultura de paz. Pero tras la polémica generada por la agrupación Los Alegres del Barranco, quienes obtuvieron un amparo federal para seguir presentándose pese a la prohibición, es evidente que necesitamos una herramienta jurídica más fuerte: una reforma legal.

La libertad de expresión no está en riesgo. Lo que está en riesgo es nuestra convivencia, nuestros valores, nuestra juventud. Porque si desde los escenarios se celebra la violencia, no podemos exigir respeto desde las aulas, desde las casas o desde las instituciones.

Lo que escuchamos no es neutral. La música configura emociones, moldea imaginarios, genera aspiraciones. En una sociedad capitalista, donde el consumo muchas veces sustituye al pensamiento crítico, los discursos que exaltan la brutalidad se han vuelto moda. Pero ¿de verdad es eso lo que queremos anhelar?

Los corridos existen desde hace más de un siglo. Han sido crónicas del pueblo, expresión de rebeldía, narraciones populares. Pero lo que hoy enfrentamos va más allá. Los llamados “corridos bélicos” ya no solo relatan, ahora celebran. Ya no solo describen, ahora venden una estética de muerte.

Por eso esta propuesta legislativa no busca prohibir la música, sino poner límites éticos a su difusión en espacios públicos. Que cada quien escuche lo que desee en privado, pero que seamos responsables con lo que promovemos en escenarios masivos, frente a menores de edad, en plazas públicas.

El debate sobre la apología del crimen es también una reflexión profunda sobre el tipo de sociedad que estamos construyendo. ¿Qué lugar le damos al arte? ¿Qué celebramos? ¿Qué enseñamos? ¿Dónde está nuestro compromiso con la vida, con la paz, con el respeto?

No es momento de tibiezas. Las políticas públicas deben estar a la altura del dolor de las víctimas y del deseo colectivo de un futuro diferente. Tenemos que atrevernos a incomodar, a cuestionar, a transformar. Porque no hay paz sin cultura de paz. Y no hay cultura de paz si seguimos exaltando la violencia como si fuera arte.

Esta reforma no es una solución total a la problemática. Pero es un paso firme hacia un Michoacán más consciente, más empático, más digno. Una sociedad que decide qué aplaude, qué canta y qué reproduce es una sociedad que también se cuida.

Salir de la versión móvil