Jorge Hidalgo Lugo
Satisfecho, con un cinismo insultante luego de haber fraguado el fraude electoral perfecto, a la postre el más anunciado de la historia democrática reciente, Andrés Manuel López Obrador pasea festivo el último tramo de su gobierno fallido y lo hace con mayor virulencia que antes del 2 de junio.
Hoy con la certeza de acabar con el Poder Judicial y encarcelar a críticos de su gestión, como corolario de una patológica revancha personal, la cereza del pastel en un régimen de populismo opresor.
No sólo ha mantenido el férreo control de la agenda nacional y sometido al escarnio público la abyección con que se deja conducir su sucesora, quien dócil y lacaya ha debido asegurar que no va “pintar su raya” con quien es su mentor, encubridor de ilícitos y patrón irrebatible en sus alocadas posturas, así siembren de dudas a inversionistas, emprendedores y socios comerciales sobre quién será realmente el que mande en México a partir del próximo primero de octubre.
La obstinación de cerrar a tambor batiente no es ni con mucho resolver los graves problemas que deja en materia de corrupción, despilfarro, latrocinios en el ejercicio públicos, mucho menos en recapitular sobre los yerros que de manera indeleble se muestran y demuestran con las obras faraónicas, pero inservibles, que como mudos testimonios se aprecian en la central avionera de las Tlayudas, la refinería de Dos Bocas y el tren Falla, que funcionaron muy bien para las complicidades oficiales, pero nunca para lo que fueron proyectadas en favor supuestramente del pueblo bueno y sabio.
López Obrador, como en su momento Luis Echeverría y José López Portillo, pretende al igual de esos nefastos personajes del PRI dinosáurico que hoy resucitó en Morena, tomar desquite de quienes consideraron sus enemigos acérrimos.
El primero con el golpe de Estado en contra de la cooperativa Excélsior que dirigía Julio Sherer García y el segundo, contra los banqueros por sacar sus capitales y generar la crisis sexenal, al nacionalizar la banca a costa de una dersestabilidad económica sin precedentes en la historia del país, en ese momento.
Pero por desgracia para el país en poder del tiránico movimiento que nos lleva a la tiranía disfrazada de mandato popular, no son sólo estos lances que bien documenta Héctor de Mauleón en su reciente entrega para el diario El Universal, bajo el título “Los coletazos finales de López Obrador” (https://www.eluniversal.com.mx/opinion/hector-de-mauleon/los-coletazos-finales-de-amlo/), sino además el México sanguinolento que deja gracias a su estrategia de abrazos y no balazos que sólo ha favorecido al crimen organizado, hoy apoderado de más del 80 por ciento del territorio nacional, según estadísticas oficiales.
El tema de los ejecutados que día a día crecen en la danza macabra de la estadística obradorista no es preocupación ninguna para quien cierra gestión y al parecer, poco interesa también a quien está próxima a recibir la banda presidencial, si es que de aquí a esa fecha marcada en el calendario federal, no surge otra ocurrencia del opresor que no sólo se siente dueño del país, sino de todo cuanto pueda ocurrir en su ciclo de podredumbre tangible.
Porque a pesar de tener a los medios subyugados por amenazas penales, de carácter fiscal o reactivación de contratos publicitarios que se ofrecen comenzarán a correr a partir del nuevo gobierno de la República, el Maximato a la Macuspana pretende cobrar forma con la incesante publicación de presuntas mediciones donde el opresor alcanza niveles de aceptación-popularidad-reconocimiento-veneración como nunca antes nadie en el pasado mediato o lejano.
Vender a la opinión pública que 7 de cada 10 mexicanos le rinden tributo conlleva no sólo halagar o enaltecer el ego patológico del que hace gala, sino además tener el terreno listo para que en cualquier momento pueda ejercer con los que estarán hasta septiembre y si fuera necesario ya con los entrantes en el relevo del Congreso Federal, para hacer uso de ese poder plenipotenciario que se abroga para prolongar su mandato hasta donde le pegue la gana.
Ejercicio que no pasa desapercibido y tiene perfectamente claro la que hasta el momento ha sujetado el bastón de mando con control remoto, lista y dispuesta a lo que ordene el amo del palacete virreinal.
Por eso no extraña la actitud sumisa, de servidumbre disciplinada y obediente con el patrón, aunque el trato sea deleznable y la paga por demás indigna.
Con la creencia que habrá un mañana en que ella será realmente quien marque la agenda y dé un sello personal a su sexenio, siempre en riesgo mientras el tirano ejerza el poder desde La Chingada a dónde alardea irá a reposar sus días fuera de la grilla y politiquerías, la sucesora no muestra ni da señales viables que privilegiará el hecho de ser la primera mujer en la historia de México en ocupar la silla presidencial.
Mientras eso acontece y López Obrador se da vuelo en sus obsesivas y patológicas revanchas personales contra quienes considera enemigos a los que hay que castigar para sentar un sano precedente que con la tiranía populista nadie debe enfrentarse, este país está próximo a vivir momentos de pesadilla real de continuar el nerviosismo financiero y la inminente fuga de capitales que se tiene en el umbral.
Ello como consecuencia de esa obstinación de desaparecer el Poder Judicial y escuchar lances, concebibles sólo en una mente desquiciada, de quitar el requisito “de experiencia laboral” a quienes aspiren a ser los nuevos jueces con esta reforma.
Bajo este escenario de sandeces presidenciales, estulticias que dañan y secuelas de un gobierno opresor voraz y sinvergüenza, poco interesa al pueblo bueno y sabio conocer cuál es el papel de un ministro de la Corte, pero sí alienta la consulta amañada de votar para elegirlos bajo conceptos de popularidad y buen ver, como si de artistas de la farándula barata se tratara.
En este contexto por igual ridículo e insostenible, poco puede entonces interesar saber que en le régimen del detractor de libertades y destructor de instituciones, la cifra macabra de víctimas a manos del crimen organizado se erige como único logro real y tangible de este gobierno cargado de ruindad y desprecio por la vida humana.
Porque alguien deberá responder que hasta este lunes 08 de julio, cuando habían transcurrido 2 mil 047 días de este sangriento sexenio, había un saldo de 191 mil 832 ejecutados, reconocidos por la estadística oficial.
Esto que no figura en la agenda de quien se va y mucho menos interesa incluirlo en la de quien llega, nos arroja un promedio de 93.7 ejecutados al día y eso sí, es un logro, un sello, un estigma indeleble en lo que va del gobierno fallido y ensangrentado que encabeza López Obrador, siniestro personaje que diseñó, ejecutó y defendió siempre la estrategia de abrazos y no balazos para favorecer a sus aliados incondicionales del crimen organizado…
Vale…
(P.D Estamos de regreso, luego de un mes de ausencia forzada por las circunstancias. Gracias por tu espera y solidaridad)