J. Salatiel Arroyo Zamora
Los de mi generación todavía tuvimos la oportunidad de vivir en paz, jugar en la calle sin temor de
ser alcanzados por alguna bala, sin miedo a ser secuestrados. Hace algunos años se podía salir a
caminar a la plaza cívica Bento Juárez de Zitácuaro, a las 2 o tres de la madrugada, sentarse en una
banca del jardín y disfrutar la tranquilidad. Nos podíamos desplazar a pie, a cualquier hora, por
toda la zona urbana y rural del municipio, sin temor alguno.
Pero, había algo más grandioso aún. En mi caso, de niño solía nadar en las cristalinas aguas del Río
Cutzamala, donde por accidente de vez en cuando nos echábamos un “buche” del vital líquido, sin
que hubiera afectación a la salud. Si nos daba sed, a la orilla del río hacíamos un pequeño pozo
para tomar agua filtrada. La misma que en botes o cubetas era trasportada en burros a nuestros
hogares, no había sistema de “purificación”, ni de distribución, como ahora.
Hoy, una espesa capa de grasa, mugre y excremento cubre la superficie del Río Cutzamala. Es tan
densa, que no se percibe que el agua fluya, se nota estática la corriente del antes caudaloso y
transparente afluente, alimentado con los manantiales de las serranías de Ciudad Hidalgo, Tuxpan,
Angangueo, Ocampo, Zitácuaro, y se une al Rio Balsas, para desembocar en la Presa de Infiernillo y
de ahí al mar, en Lázaro Cárdenas, Michoacán. Sí, el famoso y colosal Río Balsas se nutre de los
Ríos Tuxpan, San Juan, San Isidro, Tuzantla, Tiquicheo y Cutzamala, entre otros. Así como de los
manantiales de San Andrés o Nicolás Romero, de Las Rosas, La Carolina, El Naranjo, de los más
conocidos, cuya agua es impecable aun, limpia, pura.
En la actualidad, si alguien se atreve a sumergir un brazo en el Rio Cutzamala, a la altura de Ciudad
Altamirano (en los límites de Guerrero y Michoacán), puedo asegurar que será infectado por esa
espesa capa de mugre, grasa, excremento, pesticidas y desechos tóxicos que son arrojados a su
corriente. Pensar en nadar, en imposible. Al menos que se tengan inclinaciones suicidas.
Desafortunadamente esos tiempos no volverán. En Zitácuaro, lejos de recuperar y disfrutar la paz
de antaño, la violencia e inseguridad se han recrudecido, en tanto las autoridades de los tres
niveles de gobierno han resultado incapaces de cumplir sus obligaciones Constitucionales, de
circunscribirse al imperio de la ley, imponer el estado de derecho y crear condiciones de
gobernabilidad institucional, seguridad, paz, confianza, justicia, desarrollo y bienestar.
Tampoco tendremos la fortuna, ni nuestros hijos, de nadar en un Río Cutzamala de aguas
cristalinas. Pues, lejos de impedir verter desechos contaminantes a las corrientes, ahora la
voracidad desmedida orilla a nuestras autoridades y socios a contaminar más, incluso los
manantiales que abastecen los afluentes. Si, me refiero a los manantiales de Zitácuaro, que
alimentan a la región, abastecen nuestros ríos, como el Cutzamala y el Balsas y sacian la sed de
una de las ciudades más pobladas del planeta: la CDMX.
Nuestros cerros, principales captadores y filtradores de agua, como el Molcajete, Cacique, Pelón,
Candelero, entre otros, ya no soportan más tala, saqueo de materiales pétreos, ni siquiera otro
tipo de negocios, disfrazados de “parques ecológicos”. Mucho menos instalar en ellos tiraderos de
basura, cuyos contaminantes, como los lixiviados, envenenarán los manantiales… hago un
paréntesis para comunicarles que un servidor vive en San Miguel Chichimequillas y tengo el
privilegio de que, el agua que bebo no es de SAPAS, ni embotellada o hervida, la tomo
directamente de una manguera que la trae de un manantial, igual que todos mis vecinos.
Ese ojo de agua nace precisamente en la parte baja del cerro El Molcajete y contaminarlo sería un
crimen. Preferible se nos fusile, a morir de cáncer o problemas renales, inducidos por la avaricia de
personas inconscientes e inhumanas.
Considero que, en lugar de pretender seguir destrozando nuestro medio ambiente, hay que
restaurarlo y fortalecerlo. Pero en serio, sin demagogias ni simulaciones. Para ello tengo dos
propuestas, ojalá nuestros diputados y regidores las hagan suyas, apoyándose en profesionales
experimentados en la materia, sin fines de lucro.
La primera no es mía, la retomo de un político que gobernó el municipio hace algunos años y
pretendía negociar con el gobierno de la Ciudad de México una contribución por el agua que de la
Presa del Bosque se llevan a la capital del país. El dinero sería utilizado para cosechar más agua, a
través una intensa reforestación de todos los cerros y montañas de la región y la zona perimetral
de dicho embalse. También para costear la carga económica que representa el consumo de
energía eléctrica en la operación de la planta tratadora de aguas residuales (que es elevado),
proceso que se ahorraría la CDMX y nosotros tendríamos una presa con agua limpia, sin heces
fecales de los pobladores de la ciudad.
La otra propuesta es regular las huertas de aguacate. Primero, se debe aclarar que la inmensa
mayoría de dichas plantaciones son irregulares, por no decir ilegales, casi ninguna cumple el
requisito de las licencias de cambio de uso de suelo. Además, la mayoría están establecidas en
terrenos con vocación forestal (ni siquiera son agrícolas). Con ese “pretexto” se puede iniciar un
proceso de expropiación y crear en esos espacios áreas de reservas ecológicas, reforestadas por
los propios poseedores de dichas huertas, como retribución a los daños ambientales causados y
con el dinero que ilegalmente se obtuvo por la explotación ilícita de los predios.
Una vez expropiados los predios, por causa de utilidad pública (en este caso vital, como lo es
generar oxígeno y agua), se estaría en condiciones de legislar la regularización de los huertos o
plantaciones, y evitar la irretroactividad de la ley.
Afirman los conocedores, que cinco hectáreas de aguacate son suficientes para que una familia de
cinco integrantes viva cómoda y hasta con ciertos lujos, más de cinco hectáreas es avidez, ni
siquiera “aspiracionista”. Pero en Zitácuaro hay personas que poseen hasta 20 o 50 hectáreas, tal
vez más… obviamente se han esforzado en demasía, dejando parte de sus vidas en esos proyectos
y arriesgando sus patrimonios. Por lo que, aunque desacataron la ley, no se debe ser injustos con
ellos, aunque ellos lo hayan sido con todos, afectando la salud del planeta.
Por ello el gobierno debe dialogar con los productores, crear conciencia para que no sigan talando,
ni permitir la deforestación para la plantación de huertos. Además, establecer en la ley que
ninguna familia pueda poseer más de 5 o 10 hectáreas de huertas de aguacate e impedir
plantaciones frutales en predios con vocación forestal. Quien lo haga o lo aparente, poniendo los
inmuebles a nombre de otras personas, que sea sancionado con mayor rigidez. Pero, sobre todo,
evitar la simulación, tanto de autoridades como de productores y ciudadanía en general.
Frente a la gravedad de los males, soluciones radicales. Nos preocupamos por el deshielo en los
polos del planeta, que están causando que el mar “devore” algunas costas de México, inundando
lo que antes fueron áreas de restaurantes y zonas habitacionales; nos inquietan los cambios
climáticos y el “descontrol” en las estaciones del año, pero no nos ocupamos de atender nuestro
entorno inmediato. Nótese que el calor de primavera en Zitácuaro comenzaba alrededor del 21 de
marzo, en esta ocasión inició a finales de enero. Observen el nivel del embalse en la Presa del
Bosque, se darán cuenta que es bajo, similar al que se tiene durante los meses de abril y mayo,
pero apenas estamos en febrero.
Esos “fenómenos” en la naturaleza los estamos provocando con la ausencia de conciencia
ambiental, creciente irresponsabilidad y desmedida voracidad de algunos (autoridades y
especuladores). Otros nada más nos quejamos, advirtiendo: “a ver si respiran dinero ahora que
nos falte el oxígeno o no se pueda inhalar por estar intoxicado”, “a ver si con billetes hacen que
llueva o consiguen que brote agua limpia de manantiales contaminados” o “que coman dólares,
cuando no exista germinación de alimentos sanos”.
Quiero pensar que todavía estamos a tiempo de detener la destrucción de nuestro hábitat, para
dilatar un poco más el ocaso del planeta y la extinción de su peor azote: la raza humana. Para ello
cada uno debemos aportar lo que nos corresponde: separar la basura, la orgánica desde el hogar
convertirla en composta para nuestras plantas; no talar árboles, si plantar, pero que sean especies
nativas de la zona, alimentar, regar y cuidar los árboles plantados; vigilar que nadie derribe
árboles, denunciar (de manera anónima, si se quiere) a quien lo haga.