El Comercio en la Calle: rostros, rutas y rupturas el paisaje cultural de Pátzcuaro

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«Las calles son el alma de una ciudad. Allí respiran sus oficios, sus costumbres y su historia». Jane Jacobs

Marco Aguilar

1. Introducción: La calle como escenario cultural

Pátzcuaro no sólo es un lugar, es un tejido vivo de memorias, aromas, sonidos y voces. En sus calles empedradas, aunque cada vez más reemplazadas por concreto, el comercio no ha sido sólo actividad económica: ha sido forma de vida, intercambio humano, ritual cotidiano. La transformación del paisaje urbano ha alterado su naturaleza y lógica, sustituyendo materiales y sistemas constructivos ancestrales por escenografías que carecen de sustento estructural y sustentabilidad. La venta en vía pública, sea fija, semifija o ambulante, ha tejido una red que no sólo abastece de bienes, sino también de identidad. Estas formas de comercio no surgen del caos, sino de una necesidad orgánica que responde a la geografía social del lugar: son expresión de una dinámica profundamente enraizada, donde el espacio público es extensión de la vivienda, de la comunidad y de la memoria colectiva.

2. Tipologías del comercio en vía pública: fijo, semifijo y ambulante

El comercio callejero adopta diversas formas: los puestos fijos que se han vuelto casi arquitectura del paisaje urbano; los semifijos que aparecen y desaparecen con los rayos del sol; y los ambulantes, nómadas del trueque y la venta que habitan el movimiento. Pero no todos son nómadas: en Pátzcuaro, también existen días establecidos, en las primeras horas de la mañana, donde diversas comunidades se congregan en un punto acordado para realizar intercambios de productos y saberes, perpetuando una tradición ancestral de encuentro. Cada forma de comercio tiene lógicas propias, horarios, circuitos y una relación con el entorno, construida desde la experiencia y la costumbre. En su conjunto, forman un ecosistema económico flexible, vital para miles de familias.

3. Evolución histórica en Pátzcuaro: del tianguis a la congestión

Durante siglos, la plaza fue el corazón del comercio. El tianguis, forma prehispánica de intercambio, sobrevivió a la colonización porque era, y sigue siendo, eficaz, cultural y profundamente humano. Con el tiempo, la ciudad creció, se construyó un primer mercado formal que pronto fue insuficiente. Luego vino otro, que también fue rebasado. Intentos posteriores de mercados alternos fracasaron por falta de planificación real. Mientras tanto, las calles siguieron absorbiendo el exceso, y el comercio informal se volvió parte del ritmo natural de la ciudad.

4. Paisaje cultural y formas de economía viva

El comercio callejero es parte del paisaje cultural de Pátzcuaro. No se trata sólo de puestos: se trata de historias, rostros, generaciones que han sostenido una economía viva. En las plazas y calles se convive, se intercambia no sólo dinero, sino afectos, noticias, saberes. El trueque sigue existiendo, como testimonio de una forma económica ancestral. Esta riqueza inmaterial es parte de lo que atrae a los visitantes, quienes se maravillaban al descubrir estos espacios auténticos, participando como testigos de una cotidianeidad que hoy se desvanece.

Preservar esta identidad cultural es esencial en un contexto de transformación urbana que, con frecuencia, prioriza la estética sobre la esencia. El valor simbólico y social del comercio callejero debe entenderse como una manifestación viva del patrimonio cultural inmaterial. Perderlo sería perder parte del alma colectiva de la ciudad.

5. El discurso de la “dignificación” y la política de imposición

En nombre de la «dignificación» del espacio público, la administración local decidió erradicar lo que consideraba «desorden». Apelando a supuestos requerimientos de UNESCO y la promesa de orden fiscal, sanitario y urbano, se construyó un mega mercado municipal sin consulta ni respeto por las formas tradicionales. Rápido, modular, económico en apariencia y caro en realidad, este mercado tiene más de centro comercial fallido que de espacio popular.

El modelo fue impuesto como verdad única, sin diálogo, sin empatía. Los comerciantes fueron trasladados, la ciudad fue despejada, pero también se despojó de parte de su alma. Lo que se perdió fue mucho más que puestos: fue una forma de habitar y sentir la ciudad.

6. Corrupción, propaganda y usos del gasto público

El megaproyecto fue también un botín. La titular de la SEDUM destinó más del diez por ciento del presupuesto a publicidad y promoción, en lo que parece una campaña de autopromoción preelectoral. El gasto en imagen superó al gasto en dignidad. Las irregularidades en la ejecución de la obra, la falta de apego a normas y la ausencia de un diagnóstico participativo no son errores: son actos deliberados que deberían ser investigados con seriedad administrativa y judicial.

7. ¿Qué hacer? Hacia una recuperación del paisaje cultural vivo

No se trata de romantizar el desorden, sino de reconocer la riqueza cultural y económica del comercio callejero. Se puede planear desde la escucha, integrar desde el respeto, regular desde la comprensión. Los paisajes culturales son procesos vivos, no decorados para el turista. Se debe repensar la relación entre espacio público y vida cotidiana desde una perspectiva patrimonial viva, incluyente, comunitaria.

La solución está en la memoria y en la participación. En la educación patrimonial, en la defensa de lo propio, en el derecho a ser parte del diseño de nuestra ciudad.

8. Alternativas desde la comunidad: hacia un modelo propio y sustentable

La defensa del paisaje cultural no implica negarse al cambio, sino dirigirlo con conciencia. Frente al modelo impuesto desde el poder, es posible imaginar un modelo propio, nacido desde la comunidad, con arraigo territorial y visión de futuro. Un modelo sustentable no sólo en lo ambiental, sino en lo social, cultural y económico.

Primero, la escucha. El diseño de políticas públicas debe partir del conocimiento profundo de las dinámicas locales, de la voz de los comerciantes, de las comunidades que han sostenido prácticas de intercambio por generaciones.

Segundo, la flexibilidad. Los espacios no deben ser rígidos ni permanentes si la actividad es móvil o estacional. La arquitectura debe adaptarse a las formas de vida y no al revés. Diseñar mercados modulares y reversibles, con materiales tradicionales y saberes locales, puede ser un camino intermedio entre permanencia y movilidad.

Tercero, el reconocimiento. Legalizar lo que ya existe es más eficaz que inventar desde el escritorio. Reconocer el comercio callejero como parte del patrimonio vivo permite integrarlo a las dinámicas formales sin despojarlo de su esencia.

Cuarto, la educación patrimonial. Crear procesos participativos de formación para la comunidad sobre el valor del paisaje cultural, del espacio público y de sus derechos como habitantes de una ciudad con historia y dignidad.

Y finalmente, la justicia. Toda planeación debe considerar la equidad, el derecho al trabajo, el acceso a lo urbano y la transparencia del gasto público. Recuperar lo que se ha perdido empieza por exigir cuentas y abrir caminos a la participación.

9. Cierre: La ciudad que fuimos, la ciudad que merecemos

Pátzcuaro merece una ciudad viva, no una postal vacía. El visitante que llegaba buscando magia, se iba con una historia. Hoy encuentra silencio y concreto. Pero aún estamos a tiempo de resistir la imposición, de exigir respeto por lo que somos. Aún podemos recuperar el valor de lo cotidiano, la riqueza de lo simple, la dignidad de lo que no necesita maquillaje.

La ciudad que fuimos —vibrante, abierta, solidaria— aún vive en la memoria de quienes la caminan. Y la ciudad que merecemos puede construirse desde ahí: desde el derecho a habitar lo propio, desde la memoria como resistencia, y desde la acción comunitaria como esperanza.

El alma de la ciudad está en sus calles. Allí vive su gente, su historia, su verdad. Y es esa verdad la que merece ser contada y defendida.

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