Pátzcuaro: el gallo, la gallina y el huevo del patrimonio

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Marco Aguilar

«A veces, el problema no es la ausencia de leyes, sino la ausencia de sentido».

Durante mi niñez, crié gallinas. Diez, para ser exactos. Les tenía un gallo, “para que pudieran poner huevos”. Era algo que daba por hecho, una verdad asumida. Y la producción era buena, así que cada huevo que recogía lo atribuía a la presencia orgullosa de aquel gallo. Años después, con cierto orgullo campesino, conté esa anécdota a unos amigos. Y uno de ellos —con una sonrisa que mezclaba ternura y asombro— me aclaró: «Marco, las gallinas ponen huevos sin necesidad de gallo; lo que hace el gallo es fecundarlos para que se conviertan en pollos.»

Me reí. Claro. Yo había vivido años con una certeza equivocada. No por mala intención, sino por desconocimiento. Pero esa confusión, hoy, me parece una analogía perfecta para lo que ocurre con nuestro patrimonio cultural.

Hemos creído —o nos han hecho creer— que el patrimonio sólo “produce” si hay instituciones, normas, sellos, decretos. Que sin el gallo no hay huevo. Y en ese gallo hemos puesto todos nuestros símbolos de legitimidad: el INAH, la UNESCO, la declaratoria de Pueblo Mágico, los programas de rescate, las oficinas de patrimonio. Pensamos que sólo con ellos el patrimonio existe, vale, funciona, “rinde”.

Y cuando eso no ocurre —cuando no hay resultados visibles, cuando el espacio se deteriora, cuando la memoria se pierde— culpamos al gallo: al Estado, al funcionario, a la falta de presupuesto. “No se hace nada”, decimos. Y a veces es cierto. Pero también es cierto que el patrimonio tiene vida propia, memoria viva, potencia simbólica que no necesita autorización para existir.

El error está en pensar que sin gallo no hay huevo. Y eso desresponsabiliza a la sociedad. Nos volvemos pasivos, exigentes con los de arriba, pero ausentes en lo esencial: la relación viva con nuestro entorno, con nuestros símbolos, con nuestros espacios históricos.

El patrimonio, como la gallina, requiere cuidado, alimento, un entorno digno. Si eso existe, dará fruto. Pero si sólo esperamos que otro venga a “activar” su valor, estamos condenados a la esterilidad cultural.

Tal vez la solución no está en poner más gallos. Tal vez está en mirar con otros ojos a nuestras gallinas. Y empezar a cuidar, sin más excusas, lo que ya tenemos.

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