Jorge Hidalgo Lugo
De una ferocidad subida, Andrés Manuel López Obrador comenzó una campaña de satanización en contra de la Judicatura federal con la ligereza que acostumbra, sin aportar pruebas de sus acusaciones pero con la evidente y descarada intención de buscar acorralar a ministros y jueces ante la decisión histórica que deberán asumir en el análisis de las impugnaciones contra el Plan B, a todas luces inconstitucional por su contenido y procedimiento que le dio origen basado en la ilegalidad y el atropello por parte de los sicarios de la democracia que tiene bajo sus órdenes en el Poder Legislativo.
Con rabia incontenible, por demás cobarde y sin cuidar formas, ya no se diga la investidura presidencial que tanto invoca cuando le conviene, el habitante de Palacio Nacional pretende con ello obtener sólo 4 de los 11 votos que deberán emitir en contra los miembros de la Suprema Corte de Justicia para con ello, salirse con la suya y dar legitimidad a lo ilegitimo que a decir de conocedores de la materia, resulta este nuevo atropello orquestado para pavimentar la instauración de la dictadura perfecta con que sueña el dueño de Morena y sus secuaces.
Así por un lado ha dejado de perseguir con sus acusaciones y lapidaria discursiva a los consejeros Lorenzo Córdova Vianello y Ciro Murayama Rendón, quienes con medio cuerpo fuera del Instituto Nacional Electoral, dejaron de ser rentables para el adiestramiento mediático que realiza para alimentar a la feligresía carente de razonamiento e incapaz de analizar lo que realmente persigue el destructor del país y sus instituciones.
Y como los enemigos diseñados desde el proscenio palaciego ya no daban para mantener entretenida a la jauría descerebrada que se alimenta con limosnas del bienestar, entonces López Obrador cambió la ruta y se fue sin miramientos en contra de la nueva presidenta del Poder Judicial, para verter todo el veneno que alberga su desquiciada ambición de poder, y hacer con ella el nuevo blanco de ataques y vituperios que le vengan en gana.
De esta forma y con la perversidad que le caracteriza, el vecino del zócalo capitalino se dio vuelo para acusar que, a la llegada de Norma Lucía Piña Hernández a la presidencia del Poder Judicial, “se desató una ola de resoluciones a favor de presuntos delincuentes”. Aunque omitió decir que él dio órdenes para liberar a Ovidio Guzmán, consumado delincuente y nadie le dijo nada en el tristemente célebre “culiacanazo”.
Para no dejar duda de quiénes son miembros de su equipo y va a seguir protegiendo así hagan todo tipo de ilegalidades como su protegida la ministra Yasmín Esquivel Mossa, acusada doble plagio para obtener título de abogada y un doctorado, el lenguaraz tabasqueño aseguró en cambio que antes, cuando estaba Arturo Zaldívar “había un poquito más de vigilancia sobre los jueces, se respetaba su autonomía, pero se vigilaban desde el Consejo de la Judicatura, que esa es su función, vigilar el recto proceder de jueces, de magistrados, de ministros”.
Y para rematar se solazó con su insufrible humor de sepulturero para descalificar a priori al organismo judicial para estigmatizarlo de ser “un florero, está de adorno porque no hay ningún señalamiento a un juez, a un magistrado”.
Ironizó, con su índice flamígero batiendo el aire en ese ambiente que da la dictadura de la mediocridad, que con la llegada de la nueva ministra y su formalismo extremo de que son autónomos: “Los jueces pueden hacer lo que quieran”.
Pero cuando suponía que con ese artero ataque dimensionado en redes sociales por sus granjas de bots y prensa militante había sacado el mejor provecho para su obsesión autocrática, con alta calidad moral y audacia loable, la propia Norma Piña aprovechó su estancia en la sede del sicariato a las órdenes de Palacio Nacional y con aplomo pidió a los miembros de la Judicatura a su cargo “ser guardianes de la Constitución. Esa es nuestra fuerza, esa es nuestra dignidad y, al mismo tiempo, es nuestra responsabilidad”.
En la casa de los que han traicionado a México para complacer los ímpetus tiránicos de su amo, Piña Hernández dio una bofetada con albo guante al recordar a jueces y magistrados que en su actuar “independiente y responsable, radica la dignidad del Poder Judicial de la Federación”.
El decoro, sobre todo, el uso adecuado de las palabras y su contexto discursivo, hizo crecer aún más la figura de quien hoy encabeza a ese cuerpo colegiado del que pende la viabilidad de un México de libertades.
Por ello en su mensaje reconoció que no son tiempos fáciles en ninguna parte del mundo, “pero si actuamos con responsabilidad, con prudencia de juzgadores, sin que se confunda con cobardía, todos saldremos adelante”.
Como remate incuestionable, la Ministra Presidenta mencionó que como juzgadores, se tiene una doble responsabilidad: “Primero con la familia, porque lo que hacemos como figuras públicas repercute en ella; y la segunda con el Poder Judicial de la Federación, porque al estar en el foco de atención, lo que haga uno repercute en todos, de ahí que los exhortó actuar en unidad”.
Así las cosas, lo que se vislumbra es una enconada escalada de violencia y agresiones verbales desde la visceralidad presidencial porque podría adelantarse que en este primer escarceo mediático, queda claro que mucho deberá hacer López Obrador para corromper a esos magistrados que requiere, para completar la traición a la patria que lo hará pasar a la historia como el hombre que buscó aniquilar a México pero fue detenido en su último trecho por un Poder Judicial digno, con valentía y celoso observante del Estado de Derecho que luce prendido de alfileres en estos tiempos de canallas, parodiando al de Macuspana.
En tanto esto acontece, un peligroso escenario se asoma por la frontera norte de México a raíz de la desaparición de ciudadanos estadunidenses que dio paso a la injerencia violatoria de la autonomía nacional por parte de policías e investigadores del país vecino, hasta dar con los secuestrados y encontrar al menos a dos de ellos muertos por manos del crimen organizado que impera en ese narco estado también morenista.
Porque el incidente puede agilizar la tentación del Congreso norteamericano de declarar terroristas a los grupos del crimen organizado y comenzar una auténtica invasión con el pretexto de combatir y detener a las células delincuenciales, cuyos integrantes y visibles cabecillas darían información privilegiada a sus captores de quiénes son, dónde están, las autoridades de gobierno, militares, marinos, y demás fauna implicada que les han permitido vivir en este paraíso donde lo que impera hasta hoy son los abrazos y no balazos, como estrategia de ya sabes quién…
Vale…