Arturo Hernández Gutiérrez
El neomorenismo afianzó el control de la agrupación guinda fundada por Andrés Manuel López Obrador en Michoacán de una forma avasallante y con mecanismos más propios del priísmo clásico-dinosaurico que democráticos.
A las cabezas de los grupos que se repartieron las carteras del Comité Estatal (Alfredo Ramírez Bedolla, Carlos Torres Piña y Fidel Calderón Torre Blanca) los emparenta una trayectoria partidista de clanes o tribus que privilegian más el interés de grupo que institucional-organico.
Arrasar en la lucha electoral interna del 30 de julio pasado fue, en su mayor parte, producto de una serie de irregularidades, no consecuencia de un trabajo de convencimiento y un plan de revitalizacion de una agrupacion con estructura endeble y sólo apuntalada por la narrativa del líder fundacional.
Ni el actual titular del Ejecutivo estatal, ni el hoy secretario de Gobierno, ni el ex fiel godoyista y diputado michoacano brillaron en su reciente pasado perredista por ser arquitectos de proyectos partidistas unitarios, de consenso que fortalecieran a la agrupación auriamarilla.
Los tres, con sus respectivos fieles, desertaron del Sol Azteca tras perder esa lucha
faccionalista, de tribus, ante el silvanismo y aliados.
Ya veremos si en esta ocasión, Ramírez Bedolla, Torres Piña y Calderón Torreblanca, con el manto protector de Amlo y el gobierno del estado, son capaces de articular un proyecto serio que cohesione, estructure a un morenismo michoacano fragmentado y con las inercias y vicios de la izquierda mexicana.
Hasta hoy, el factor andreista ha sido suficiente para evitar una desbandada en las filas guindas, amén de los «múltiples» beneficios que se «derraman» desde los máximos poderes políticos y económicos del país, al amparo del sufragio mayoritario emitido por los mexicanos en 2018.