Pátzcuaro: El concreto como epitafio

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Marco Aguilar

«Vertimos concreto sobre los adobes como quien entierra su propia memoria».

Mientras en distintos países se retira el concreto para devolverle vida al suelo —permitiendo la recarga de mantos freáticos, la regulación térmica y el retorno de vegetación— en Pátzcuaro, las autoridades locales insisten en pavimentar cada metro disponible. No lo hacen con visión, sino con cálculo: pavimentar es ganar votos y dinero. Favores para unos, contratos inflados para otros.

Pero no hablamos de «progreso». Hablamos de ignorancia.

Pátzcuaro no es cualquier territorio. Es un ecosistema frágil, históricamente alterado: un lago herido, montañas erosionadas, bosques arrasados, lluvias intensas que encuentran un suelo sellado. Sobre este paisaje se impone el concreto como dogma, como falso sinónimo de modernidad. Lo que antes respiraba, ahora se sofoca.

Y con ello, nuestro patrimonio edificado se desmorona.

Los sistemas constructivos tradicionales en Pátzcuaro no se basaban en modas ni estilos, sino en respuestas técnicas y ambientales. Los muros se levantaban con piedra y adobe, enjarrados con barro y protegidos con cal. Materiales vivos, porosos, que respiran con el suelo, que gestionan la humedad, que toleran deformaciones. Y las calles se cubrían con empedrados sobre tierra compactada, sin una gota de cemento, permitiendo la filtración del agua, el tránsito del aire y el equilibrio térmico.

Hoy se colocan piedras sobre planchas de concreto, simulando tradición. Pero eso no es restauración, es maquillaje. No se conserva una técnica poniendo su imagen sobre una losa que niega su razón de ser. La piedra sobre concreto no drena, no respira, no vibra con el terreno. Es como clavar una raíz en una tumba.

Las consecuencias son visibles: muros históricos colapsan, víctimas de la humedad atrapada que ya no puede disiparse; de la rigidez del entorno que transmite todo movimiento directamente a sus bases. El agua ya no se infiltra: corre por las calles como río, socavando cimientos y deslavando lo poco que queda. Los cerros sin bosque vomitan lodo. El centro histórico se recalienta. Los sistemas tradicionales, cuidadosamente adaptados durante siglos, son hoy desmantelados en nombre de una modernidad que no entiende ni su contexto ni su historia.

Y lo más grave: no se trata de técnicas del pasado, sino de tecnologías vigentes, perfeccionables y sostenibles. Las soluciones tradicionales siguen funcionando, y pueden mejorarse con conocimiento, con ingeniería adecuada, con visión crítica. Pero eso requiere respeto al territorio, sensibilidad al clima, y voluntad política de aprender en lugar de imponer.

No estamos ante una cuestión de estilo, sino ante un error estructural. Un problema de fondo. Un despojo lento y sistemático de las condiciones mínimas para la vida urbana en armonía con la tierra.

Pátzcuaro está siendo cubierto de concreto como si se tratara de borrar su memoria. Pero también su futuro. Porque sin suelo vivo, sin técnicas que respiren con el entorno, sin una política que entienda el lugar que habita, lo único que se construye es su desaparición.

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